Recopilación de Alegría.
La historia es real y no hay en ella ninguna exageración.
Me llamo Cristina. Tengo 32 años, peso 72 Kg. Cabello castaño claro, piel blanca y vivo sola en Buenos Aires. Soy culturista y me conservo en excelente estado físico pues ocasionalmente me gusta demostrar mi femineidad luchando en forma amateur con alguna adversaria. Lucho desde muy joven pues es un ejercicio excitante que recomiendo a todas. Varias veces lo he hecho con distinta suerte y pude descubrir que existe un considerable número de mujeres que les gusta pelear por el simple hecho de competir con otra. Soy de las que piensa que es muy excitante una buena pelea femenina y si la vencida es ¡avergonzada!, mejor aún. En Buenos Aires, pertenezco a grupo en expansión de unas 6 amigas entre las que hay algunas casadas y nos reunimos a menudo en el gimnasio de una de nosotras. El objetivo es competir en lucha y algo de boxeo amateur. La mayoría de las veces, son para mejorar su silueta. Pero en otras ocasiones los enfrentamientos son por apuestas entre nosotras para ver quien es la más fuerte y también por rivalidades. Nada mejor en esos casos que la colchoneta del gimnasio para definir la supremacía femenina entre dos rivales. Para una mujer competir en una lucha amateur es un deporte fascinante, pues nadie como nosotras sabe el placer que se siente al final de una pelea cuando se tiene inmovilizada a otra en el suelo y se la obliga a capitular. Constituye el reconocimiento a mi superioridad y es maravilloso escuchar cuando la rival se rinde. Me gusta entonces sentarme en su garganta para ver la expresión de su cara y sus ojos atemorizados al sentirse humillada. Es una emoción muy femenina algo difícil de explicar.
Gimnasio femenino:
El relato que sigue ocurrió en Buenos Aires, durante el caluroso verano de diciembre del 2002, una noche luego que se fueron algunas socias. Fue entonces que el gimnasio quedó sólo para las chicas del grupo y las puertas se cerraron para un par de competencias que habíamos previsto. Liliana es una experta judoka y excelente luchadora que hacía tiempo quería luchar conmigo para vengarse de una derrota que le había hecho sufrir. Justamente esa noche y en presencia de todo nuestro grupo me lanzó un desafío para medirnos en una lucha, desnudas de mujer a mujer sin reglas ni límite de tiempo. Segundos después para darle mayor emoción a sus palabras agregó que la vencida sería “humillada”. Esto en definitiva era nada menos que una “pelea de gatas” a finish. La piel se me erizó cuando escuché esto último, las chicas aplaudieron entusiasmadas y me fue imposible rechazar el desafío.
Aclaro que algunas veces he peleado sin reglas con alguna mujer, se necesita mucho valor para hacerlo y es muy excitante, pues quedan marcas en toda la piel en particular en ambas vaginas, incluso en el ano pues son los blancos más buscados por ser sensibles y producen dolor paralizante que conducen a la derrota. A esto se añade el ya conocido ataque a los pezones, que duele mucho pues la inflamación y el dolor permanecen por bastante más tiempo que cualquier golpe o corte en la piel. Si a ello se le suma un “humillante” final para la vencida, el desafío que tenía por delante era de mucho riesgo. Pero me interesaba esa pelea sin reglas para demostrar ante las demás chicas cierto liderazgo y prestigio. Yo sabía que Liliana es una veterana luchadora y por cierto es la mejor del grupo, que gana casi siempre y la vez que la vencí fue porque puse el máximo de mi fuerza muscular. Finalmente arreglamos para un viernes previo a unos días de vacaciones de ambas, de esa manera se nos irían las marcas que seguramente nos iban a quedar. Llegó la noche de la pelea, así que como siempre nos reunimos y nos preparamos para el combate. Las dos lucharíamos desnudas, descalzas, con uñas de las manos muy cortas, sin anillos, ni brazaletes y el cabello recogido. En mi caso lo tengo muy corto, así que me pasé gel para que me quedara bien pegado a la cabeza, era diciembre yo había competido en culturismo hacían dos semanas, estaba muy marcada, bronceada y musculosa. Liliana, con su pelo castaño recogido lucía un cuerpo torneado, fuertes músculos femeninos y gruesos muslos, con un buen bronceado, solamente interrumpido en la piel por la marca de la tanga. Desnudas y completamente depiladas nos paramos frente a frente, sobre una amplia colchoneta alentadas por unas 6 de nuestras amigas. Con los muslos algo separados mostrando nuestros sexos a modo de amenaza, nos estudiamos con esas miradas de desafío que tenemos las mujeres cuando observamos a una rival antes de una pelea. No era la primera vez que peleábamos, sólo que ahora era sin reglas y se podía esperar cualquier cosa de esta amazona. Pero confiaba en derrotarla.
Pelea de gatas:
La mujer árbitro nos dijo que por no haber reglas no iba a intervenir salvo que alguna estuviera por recibir algún daño irreparable, luego dio dos palmadas y comenzamos a girar con los brazos levantados, de pronto me envió una serie de golpes y patadas que esquivé y paré. De inmediato contraataqué colocándole un cross en la mandíbula que la dejó medio groggy, ella trastabilló y ahí aproveché para conectarle una patada en el abdomen, me abalancé para llevarla a la lona, ahí le di dos o tres bofetadas y me prendí fuerte a sus pezones enormes y rosados. Ella dio un grito de dolor y lanzó dos golpes, uno de los cuales me alcanzó en la boca, sentí el gusto de la sangre y me enfurecí. El cuerpo a cuerpo lo seguimos sobre la lona y comenzamos a rodar abrazadas luchando con nuestras piernas con numerosos intercambios de puñetazos que a veces llegaban a dolorosamente a destino. Mientras nos revolcábamos como gatas en esa colchoneta, ella me agarró del pelo de la nuca. El dolor que me produjo hizo que le agarrara con ambas manos de sus cabellos en forma de cola de caballo y la lucha comenzó a ser cada vez más violenta. Eramos dos mujeres musculosas en una colosal prueba donde se medían técnica contra técnica y músculo contra músculo. En determinado momento Liliana me sorprendió con una palanca de brazo que me hizo tocar la lona con la cara, pensé que me iba a romper el brazo y me distraje. Simultáneamente con la otra mano comenzó a estrujar los labios de mi vagina lo que me produjo no sólo dolor sino también fastidio, me retorcí para zafar pero el dolor del brazo era mayor y me quedé quieta, entonces sus dedos recorrieron incluso hasta el interior de mis nalgas para hacerme sufrir. Liliana peleaba como una verdadera “gata de callejón”, conocía todos los trucos y me era difícil neutralizarla. Finalmente se incorporó y me soltó con una patada entre mis entrepiernas que me hizo retorcer de dolor y caí de espaldas. Mientras estaba en el suelo por una fracción de segundo pensé que tenía la pelea ganada, pero la muy zorra la estaba dando vuelta. Liliana no perdió tiempo, me volvió a golpear con sus puños en la cara mientras estaba tirada de espalda y ahí no más me puso en una tijera de piernas invertida a la cabeza. Cerré las piernas presintiendo lo que vendría, entonces ella buscó mi vagina mientras apretaba mi cuello con sus poderosos muslos, yo había cerrado las piernas con fuerza pero la transpiración y un poco de aceite que nos habíamos untado sobre nuestros cuerpos facilitaron el camino de su mano. Metió los dedos profundamente, luego los abrió en forma de anzuelo y sentí que me desgarraba la vulva. Gemí de dolor y para no desmayarme, con mis dos puños y con las últimas fuerzas que me quedaban le empecé a dar fuertes puñetazos en sus riñones. Por suerte surtió efecto porque me soltó dolorida. Nos separamos y con gran dificultad me puse de pie. Liliana estaba arrodillada recuperándose, no le di tiempo a nada y la ataqué con una patada con el talón que dio de lleno en uno de sus pómulos de la cara, dejándola groggy. Pero esta mujer es muy dura, sacudió la cabeza pero no cayó, estaba con sus cuatro extremidades sobre la lona, entonces me fui por detrás y le puse una patada con la punta del pie que dio de lleno en su vulva, ahí sí cayó con un gemido agarrándose el sexo con ambas manos. Ahora era mi turno, me arrojé sobre ella, le puse un candado en la cabeza, sin dudar le devolví la atención, estrujándole los labios vaginales con fuertes pellizcos. Con la otra mano, aproveché sus piernas recogidas para meterle dos dedos en el ano que pronto fueron tres, sentí su esfínter contraerse, mientras apretaba su cabeza con toda la potencia de mis piernas decidida a desmayarla. Para los que no lo saben, estas cosas ocurren en una pelea de mujeres, es válido entre nosotras y quería vengarme. Mientras estaba en estas torturas, sentí como me contraatacó retorciéndome los dedos de los pies y con las dos manos me aplicó una palanca hacia fuera en el dedo gordo del pie izquierdo, la solté pensando que me quebraba.
Noqueada en la lona:
Con gran agilidad y bastante furiosas nos pusimos de pie dispuestas a seguir peleando. Liliana optó por el kick, y me sorprendió pues entró una patada con el pie en punta que me dio de lleno en el pecho izquierdo, sentí como que me había estallado el pezón. Intercambiamos varios golpes de puño y patadas, nos alcanzamos varias veces pero, ninguna aflojaba. Yo empezaba a sentir el cansancio y ambas literalmente tragábamos aire por la boca mientras seguíamos castigándonos con nuestros puños. Como dije antes, Liliana es una gata muy hábil para pelear y dirigía sus golpes sobre un corte que yo tenía sobre la ceja derecha y sobre boca, ambos sangraban un poco según me pude ver de reojo en los espejos de la sala. Ella no estaba mejor, el pómulo que recibió mi patada estaba deforme, tenía un ojo casi cerrado y sangraba por la nariz. Nos trenzamos en un cuerpo a cuerpo, lanzándonos golpes que impactaron en nuestras espaldas y glúteos, hasta que de repente lanzó un grito de ataque y me arrojó una lluvia de golpes que no pude esquivar a todos. Lo último que recuerdo fue una patada circular y la visión de la planta de su pie descalzo a milímetros de mi cara. Cuando recobré el conocimiento ayudada por Liliana, todo había terminado. Tenía a la vencedora sentada sobre mi garganta, sentía el calor de su sexo y nada podía hacer para evitarlo pues estaba completamente mareada bajo su dominio. Las chicas reclamaban el final esperado, así que Liliana se sentó sobre mi rostro y en medio de las exclamaciones de las espectadoras se cansó de “humillarme” moviendo su cintura en todas direcciones, luego se levantó triunfante con sus brazos en alto. Aunque no le fue nada fácil me había ganado en buena ley y nada pude decir.
Epílogo:
Cuando ayudada por dos chicas fui al baño del gimnasio y me miré ante el espejo. No lo podía creer, tenía un corte sobre la ceja, el rostro inflamado, el labio partido en la comisura, un pómulo hinchado, hematomas en brazos, en el abdomen y piernas, dedos de los pies hinchados y doloridos, me dolía mucho la vulva a tal punto que se me hacía dificultoso caminar, los labios vaginales estaban enrojecidos y uno de ellos lastimado, sangrando un poco, el ano muy dolorido y pellizcado, si bien me dolían los dos pezones, el que recibió la patada estaba deformado por la hinchazón. Esos ataques íntimos habían debilitado casi el %60 de mis defensas y atribuyo a ello mi derrota. Sin duda esa gata salvaje en 45 minutos me había destruido y “humillado” a su antojo y estas cosas suceden cuando a las mujeres por algún motivo se nos ocurre pelear sin limitaciones de ningún tipo. Con Liliana no hubo revancha y seguimos siendo amigas. Tal vez no se nos comprenda, pero muchas como yo ocasionalmente nos gusta combatir así, de “hembra contra hembra” hasta el final sin importarme las consecuencias.
Me gustaría que alguna mujer me escriba dispuesta a una buena pelea amateur. Bromistas abstenerse pues tiene que haber contacto telefónico.
FIN