viernes, 24 de septiembre de 2010

RELATO - BOXEO MIXTO

UN COMBATE SINGULAR

Por Gabriela Rebenque

"¡Atención con su izquierda, Tomás!", Gritó alguien a mis espaldas.
María avanzó un poco más, con su puño izquierdo cerrado a la altura de su
amoratado rostro. Mi último directo, un certero punch, le había alcanzado justo
por debajo del pezón izquierdo de sus grandes tetas desnudas y, durante un breve
instante, dio la impresión de estar al borde del fuera de combate. Sin embargo, se
recuperó enseguida, y pronto retomó el combate con toda la energía que habían
hecho de ella una campeona.

En cuanto la gallega volvió de nuevo a la carga, los tipos que rodeaban el ring
volvieron a intensificar sus apuestas, entusiasmados por la súbita recuperación de
mi adversaria. Los billetes arrugados salían de los bolsillos como por arte de
magia y pasaban de una mano a otra con suma facilidad. Sus voces y gritos llenos
de ansiedad r excitación animaban al púgil en e que habían puesto todas sus
esperanzas, todo su dinero, que por lo general representaba la paga de una semana.
Para una gran mayoría, el desenlace de aquel combate suponía la posibilidad o no
de poder alimentar a su familia aquella misma noche.

María y yo nos mirábamos fijamente mientras dábamos vueltas lentamente al ring.
Cada uno de nosotros esperaba el momento propicio para que, cuando el otro
descuidara la guardia, enviarle un potente directo que pusiera fin al combate.
María era una auténtica hija de puta. Trabajaba como carnicera en la plaza y
poseía los músculos y el mal carácter que distingue a las que trabajan con las
manos. Era muy conocida, por haber dejado KO a más de una docena de tipos y por
haber salido victoriosa de un combate callejero con tres tíos, sólo porque no le
gustaban sus caras. ¡Era la reina de los combates mixtos, entre tíos y tías!
Por lo general, yo siempre suelo evitar ese tipo de peleas: no me gusta pelear con
mujeres, y sobre todo no me gusta perder ante una mujer. Aunque, de vez en cuando,
acepto uno de estos combates, pues los pagan mejor que los de tíos solos. Soy una
persona alta, musculosa y atlética, y supongo que eso debe excitar al público
cuando ven que me enfrento con una tía... ¡sobre todo si es la tía la que gana!

Pero a mí me gusta ganar siempre, con tíos o con tías. Mi táctica, en un principio,
reside en darle a mi contrincante la impresión de que me aventaja en algún aspecto,
esperando a que os espectadores se animen y comiencen a hacer las apuestas más
fuertes: eso encanta a la organización. Después de eso, suelo enviarle un fuerte
gancho de izquierda y él o ella se encuentra por los suelos, sin saber qué es lo
que ha pasado o de dónde ha salido aquel golpe certero que lo/la ha tumbado. De
esa forma, suelo volver a casa con un buen puñado de billetes en los bolsillos.
Billetes que son muchos más, ya lo he dicho, cuando el combate es mixto. Supongo
que es por el morbo: el caso es que cuando un tío y una tía luchan, las apuestas
aumentan, y la bolsa para el ganador también. Vale que no son combates muy limpios,
aquí no somos caballeros o damas que sigamos las reglas de la decencia: se trata
de ganar y dar espectáculo.

Por aquel motivo me encontraba allí aquella noche, frente a aquella mole de
gallega, tratando de ganar el combate como fuera. Hasta el momento, gracias a mi
ágil juego de piernas, había logrado esquivar todos los ganchos de izquierda de
María, pero me estaba resultando bastante difícil propinarle un buen directo que
la dejara fuera de combate, definitivamente. Y, si no nos dábamos mucha prisa en
finalizar la pelea, el fuerte griterío de los apostadores acabaría llamando la
atención de los polis. Porque las peleas mixtas no eran lo que se dice muy
legales... María, muy conocida y apreciada por todos y asidua de este tipo de
combates, y además, mujer, tenía muchos más admiradores que yo. Sin embargo,
cuando mi puño la alcanzó de nuevo y desestabilizó su lucha, comencé a disfrutar
de un buen número de seguidores que cambiaron de bando fulminantemente. Todos
ellos comenzaron a gritar mi nombre y aquello fue dándome mucha más confianza y
seguridad en mí mismo.

Mientras saltaba y daba vueltas alrededor de mi adversaria, mis puños protegían mi
rostro, y mientras esperaba impaciente algún hueco en su guardia, mi mente dejó de
concentrarse en la pelea, y se dejó llevar por otros pensamientos, que nada tenían
que ver con lo que yo estaba haciendo en aquellos instantes.

Y me puse a pensar en aquella joven que había llegado el día anterior a alquilar
una habitación en la pensión que era mi hogar: una enorme muchachona de diecinueve
años que llegaba de Palencia. Tenía un rostro ingenuo y bello, y un hermoso cuerpo
lleno de curvas, pero también de músculos. Le habían dado una habitación justo
aliado de la mía y, desde el momento en que la vi, tuve una sola idea 'en mi
mente: ¿Cómo podía apañármelas para meterme en su cama? O a ella en la mía, que
tanto me daba...

Así que, en cuanto me topé con ella en el pasillo dé la pensión, hablamos un poco
y luego le prometí que me encontraría con ella esta mismo noche e iríamos a dar
una vuelta por el barrio, para que lo conociera mejor. Si ganaba el combate y me
llevaba un buen puñado de billetes, podría llevarla a muchos sitios y hacer con
ella un recorrido digno de un rey. Y, después de haber recorrido un buen número de
discos y bares, la llevaré a un rincón oscuro y le contaré todas mis fantasías
eróticas, pensé en aquellos instantes. Casi me veía ya con mi cuerpo aplastando el
suyo y mi polla trabajando su apetitoso coño...

De repente, María cometió un fallo, bajando momentáneamente la guardia. Aproveché
la ocasión y me abalancé sobre ella. En aquel instante, la gallega reaccionó y
lanzó un violento directo contra mi nariz. Por efecto del golpe, mi cabeza se fue
hada atrás y la sangre comenzó a brotar de los orificios de mi nariz. Me di al
instante cuenta de que el supuesto fallo de María era uno de sus trucos
favoritos, que consistía en hacer creer a su contrincante que había cometido
un descuido, y aprovechar rápidamente la ocasión para pasar al contraataque. Yo sí
que me había distraído por mi afán de acabar cuanto antes el combate, y ahora
estaba pagando el precio de aquel error...

Hubo un momento de excitación entre el gentío, y aquellos que habían apostado por
María se precipitaron a recoger el premio de sus apuestas, pero justo en ese
momento se dieron cuenta de que yo aún seguía en pie. María también me miró con
asombro, acaso esperando a que yo me desplomara de un momento a otro. Mi camiseta
blanca estaba cubierta de manchas de sangre y me sorprendió la manera en la que
mi nariz continuaba sangrando. Me la toqué, y un insoportable dolor invadió mis
sentidos.

María, furiosa de verme todavía en pie, se precipitó sobre mí, pero yo tuve los
reflejos suficientes para esquivarla, propinándole de paso un fuerte directo en un
grueso pecho, que la dejó casi inconsciente. Aproveché aquella ocasión para
lanzarle un nuevo directo en la mandíbula, que hizo besar la lona definitivamente
a la gallega. Los que habían apostado por mí enloquecieron de alegría. y fueron
rápidamente a cobrar sus apuestas.

Algunos tipos se acercaron para felicitarme, pero yo estaba mucho mas interesado
en el dinero que traían para mí: la bolsa del vencedor.
Con aquel fajo de billetes sabía que iba a poder ir tirando durante algún tiempo.
Podría pagar el alquiler y todavía me sobraría para gastarlo con el nuevo
inquilino. En mi mente, la vi entonces, indinada hada adelante y con los
pantalones bajados hasta los tobillos, con mi lengua trabajándole el coño y luego
con mi polla penetrándoselo salvajemente, mientras iba escuchando sus gemidos de
placer.

Todavía me dolía la nariz y, de camino a casa, me detuve en el bar de aliado de la
pensión, para tomar unas copas que aliviaran mi dolor. El bar era un pequeño local
de barrio. todo estaba en penumbra, repleto de humo y con un fuerte olor a
alcohol.
El propietario me trajo un vaso de pacharán y algunos pedazos de hielo para mi
nariz. Saqué un billete y lo iba a dejar caer sobre su mano entreabierta, cuando
otra mano agarró la mía con fuerza.

-¡Deja! Esto Corre de mi cuenta...

Me di la vuelta para ver quién hablaba, y allí estaba la nueva inquilina, vestida
con un ajustado mono deportivo negro. Era un poco más baja que yo, pero se la veía
muy musculada... ¡y con curvas donde las debe de tener una mujer! Sus ojos eran
gris acero y el cabello, rubio. Me sonrió calurosamente y apretó mi mano con
fuerza.

-Ha sido un combate estupendo... Tomás, ¿no te llamas así -asentí con la cabeza y
de nuevo me hizo daño la nariz-. Te he visto desde atrás...

-Te lo agradezco.

-He apostado por ti, y me has hecho ganar veinticinco mil, así que lo mínimo que
puedo hacer es invitarte a una copa.

-Muchas gracias.

-¿Siempre has sido boxeador? -me preguntó, mientras se llevaba a la boca su jarra
de cerveza. Dejé escapar una risa tímida, a pesar del insistente dolor en mi nariz.

-No, mi oficio es otro: soy maestro fresador. Pero siempre tenía la costumbre de
volver a casa con un labio partido o un moratón en un ojo, por mi afición a las
peleas. Supongo que lo debí de tomar por costumbre y, un buen día, me dije que ya
que eso me ocurría con mucha frecuencia, por qué no hacerlo por un puñado de
billetes. Desde entonces, suelo realizar algún combate aficionado... para
compensar un trabajo que tengo, en un taller mecánico.

..Es extraño como las circunstancias pueden llevarnos a hacer ciertas cosas¡¿no?
Bueno, no me he presentado. Me llamo Hortensia.... ya sabes que soy tu nueva
vecina. Soy... -una risa irónica iluminó el bello rostro de la chica-, soy una
maestra que ha decidido abandonar la enseñanza para probar suerte en otro oficio...

-Pues yo me llamo Tomás, y estoy muy contento de que hayas ganado veinticinco mil
gracias a mí...

-Espero poder llegar a ganar mucho más... -me dijo, mientras bebía de un trago
toda su cerveza-, pero no con las apuestas. La miré con asombro.

-¿Y cómo?

Hortensia se acercó a mí y posó su mano en mi entrepierna, agarrándome los huevos:
-Pues luchando con tíos buenos como tú y ganándoles -me dijo mientras me seguía
teniendo cogido por los huevos-. ¿Sabes? Voy a participar en combates mixtos... y
soy mucho mejor que la María esa que has noqueado hoy...

Aquello me pareció un poco fuerte. Si no me hubiera tenido cogido por lo que no
suena, lo más probable es que aquella nena descarada hubiera acabado con un labio
partido... Pero, viéndola tan cerca, inclinada hacia mí, con los labios
entreabiertos y anhelantes, con sus grandes tetas rozando mi pecho, supe lo que la
chica había venido a buscar a aquel bar, y supe que era lo mismo que buscaba yo...
Al fin me soltó los huevos... puse cara de poker, acabé mi copa y dejé que pasaran
algunos instantes de incertidumbre. Supongo que ella todavía no estaba muy segura
de que no acabara, finalmente, rompiéndole la cara... o al menos intentándolo.

-Eso habrá que verlo, en el ring -dije al fin, con tono de hombre duro, de vuelta
de todo. Y, sin volverme a mirarla, caminé delante, sabiendo que me iba a seguir.
Salimos del bar, rodeados por una débil penumbra, apenas iluminada por un viejo y
sucio tubo de neón, y. nos dirigimos al otro lado de la calle. Algunas botellas
vacías y un montón de basura desparramada por los perros en busca de comida
separaban ambas aceras. El olor de la orina era muy fuerte, ya que muchos de los
dientes del bar solían aliviar su vejiga en esta parte de la calle. Me dirigí
hacia una pequeña puerta por la que se accedía al sórdido gimnasio del barrio.
Mientras yo giraba la manija, ella, que estaba detrás mío, adelantó e introdujo
su mano en el interior de mi camisa.

-¡Eres un tipo muy atractivo, amigo! Lamentaré mucho tener que humillarte, dándote
una paliza en el ring... -fanfarroneó-. Claro que siempre puedo compensarte fuera
del ring...

Cabreado, la empujé hacia dentro del local, e hice que su espalda se aplastara
contra la pared, inclinándome luego hacia ella, hasta que mis labios se posaron
sobre los suyos. Hortensia tenía los labios gruesos y dulces, y su aliento tenía
gusto a cigarrillos y cerveza. Con mi fuerte beso, mi lengua se mezcló con la suya.

Mientras nos besábamos, Hortensia volvió a agarrarme con fuerza los huevos y, a
pesar del dolor, pude notar cómo mi pito se ponía muy duro bajo la tela del
pantalón... ?Me iba aquello?, me pregunté asombrado... ¿A que al final resultaría
que tenía tendencias masocas...?

-¡Me encanta que te pongas duro cuando te la agarro! -me susurró al oído.

-¡Sí, me vuelves loco! -le jadeé yo al suyo-. ¡Quiero que seas violenta y ruda
conmigo... como si estuviéramos en el ring!

Dio un paso hacia atrás y me miró a los ojos fijamente y, a través de la tela de
mi pantalón, comenzó a tocarme el sexo, pero con fuertes tirones, nada comedidos...
y noté que, de nuevo, ante su violencia se me endurecía progresivamente. Hortensia
me miraba con atención y sus ojos no perdieron detalle del crecimiento de aquel
grueso bulto que iba apareciendo bajo mi bragueta, mientras mis gemidos, mezcla de
placer y, ¿por qué no admitirlo, de dolor, iban en aumento. Ella continuó
apretando la polla, sabiendo que aquello me estaba excitando muchísimo... igual
que a ella.

Me desnudé rápidamente. Dejé caer la chaqueta por el suelo, y me quité los
zapatos con la misma rapidez. Cuando me desembaracé de la camisa, le llamó la
atención la espesa mata de pelo que cubría mi torso: era una sombra negruzca que
descendía por mi abdomen hasta alcanzarme el pubis. Adelantó una mano y empezó a
arrancarme puñaditos de pelos del pecho. Hice un rictus y me desabroché el
cinturón, para quitarme los pantalones. No llevaba ropa interior, por lo cual mi
polla quedó fácilmente en libertad, balanceándose entre mis piernas. Su atención
se dirigió hacia ella...

-Es mucho más grande y gruesa de lo que, en un principio me había imaginado ¡Y
qué testículos que tienes, colgando llenos de leche... ¿sabes que son de una
dimensión desmesurada? ¡Y yo sé mucho de esto, que les he chafado las pelotas a
muchos tíos...

Tirando de mi polla me aproximó a ella y llevó su mano libre hasta mi pecho.
Mirándome a los ojos, con una sonrisa burlona en los labios, Hortensia comenzó a
acariciar los músculos de mi torso, dejando que sus dedos corrieran por mi piel.
Mis pezones se endurecieron y crecieron de tamaño, y ella comenzó a pellizcarlos
con suavidad, a enredarlos entre sus ágiles dedos. Yo por mi parte, me hinqué de
rodillas frente a aquella mujer dominante, y posé mis labios febriles sobre su
peludo coño. Ella dejó escapar un terrible gemido de placer y se puso a chuparme
la verga como una loca. Nos tumbamos sobre una pila de cajas de cartón.

-¡Tienes unas nalgas redondas y firmes! -exclamó y me dio unas palmadas con su
fuerte mano; su placer aumentó al ver cómo mis músculos se comprimían bajo el
efecto de sus golpes. Mientras me chupaba la verga me metió un dedo en el culo. Yo
hice lo mismo y ella gritó -¡Eres una verdadera puta, Tomás! ¿Qué te ocurre, es
que no puedes esperar a que me corra, vicioso de mierda?

Nos agitabamos de tal manera que la pila de cajas parecía estar a punto de
derrumbarse. Tomándome entre sus brazos, la fuerte mujer me incorporó y me puso
contra la pared. De repente y llevado por una fuerte excitación que recorría todo
mi cuerpo, sentí cómo mi semen se derramaba, corriéndome piernas abajo. Y también
ella se desplomó sobre mis espaldas, agarrándose a mis hombros para no caer, presa
de un explosivo orgasmo...

Hortensia se dejó ir cayendo hasta sentarse, y sentarme en el suelo... ¡Estábamos
agotados! Cuando hube recuperado algo el aliento, miré a Hortensia, completamente
desmadejado y volví a sentirme excitado. Una nueva erección comenzó a aparecer de
nuevo entre mis piernas. Aunque se me pasó por la cabeza el echarme sobre ella y
devolverle la moneda con una violación de su coño... supe de repente que en aquel
momento no era lo bastante fuerte como para obligarla... así que, en lugar de la
vía violenta, decidí emplear la diplomacia:

-Esto, Hortensia... -dije, zalamero-: Ahora que lo hemos hecho a lo violento, ¿por
qué no nos lo montamos a lo dulce? ¡Me encantaría llenarte ese coño tuyo hasta que
rebosase!

Se levantó indolente y, mientras se despojaba de los jirones de sus ropas, se fue
acercando a ring que había en el centro del decrépito gimnasio.

-¿Por qué no? Te dejaré que me folles -se volvió hacia mí con los ojos
chispeantes, mientras tomaba unos guantes de boxeo-... ¡pero sólo si me ganas en
una pelea